Por qué a Pepito no le gusta 1-2-Switch

Imaginemos a un periodista de videojuegos cualquiera del panorama nacional. En su biografía se declara como “independiente y objetivo, no me caso con nadie”. En su cuenta de Twitter tiene un fondo de pantalla de Mass Effect. Ha trabajado como redactor y analista en los principales portales de los grandes grupos mediáticos, pero ahora escribe para “nosequé-gamers” porque quiere tener libertad para escribir lo que quiere. Aunque su discurso siga siendo, esencialmente, el mismo. Este periodista se llama Pepito.

El otro día, Pepito fue a probar 1-2-Switch, de la mano de Nintendo Ibérica. A pesar de no haber escrito una sola letra en contra de la supuesta baja potencia de Switch, sabiendo ya que es éste un debate estéril que la propia Gizmondo sentenció en un contundente artículo, y porque él ya ha repetido hasta la saciedad que el GOTY 2016 es Stardew Valley, que los gráficos no importan y que él ya está muy por encima de eso; con las mismas, se fue a probar el party game de la nueva consola de Nintendo.

Allí se encontró con todos sus compañeros de profesión, pasados y presentes. Choques de manos, colección de camisetas frikis y fervientes comentarios acerca de que, este año sí, la peli de The Witcher va a ser la caña. Entra el chico de Nintendo, y todos se miran, muy serios, como diciendo “hay que ver, la que nos ha tocado”. En cuestión de media hora, estarán parando katanas al aire, comiendo perritos calientes y pensando en todo un catálogo de chistes onanistas sobre el minijuego del champán. En suma, acumulando fuerzas en el ceño fruncido y en el labio torcido para cuando se sienten en su mesa a escribir.

A Pepito no le ha gustado 1-2-Switch. Ni la consola en general. Y Pepito lo sabía, ya de antemano, pero ahora se reafirma en ello mientras acuna un bebé virtual.

Lo problemático de todo este asunto no es Pepito en sí mismo. Ni su nula capacidad a la hora de analizar un producto más allá de debates metafísicos acerca de lo que él considera que debería ser un videojuego, y que responde a una forma muy concreta de pensar y concebir la cultura popular. Poco importa que Pepito apenas haya hablado de la vibración HD ni de las sensaciones nuevas (o no) que aporta, o de lo fresco del concepto (o no) de un videojuego que renuncia a la pantalla para pedirte que os miréis a los ojos. El problema real es que Pepito representa el 90% del panorama mediático nacional. Ése que sienta cátedra, que configura a su gusto y capricho el imaginario cultural en torno al videojuego patrio. Es el que instauró la idea de que el control por movimiento siempre será peor que un “sólido pad”, que lo casual es el enemigo namber guan del videojuego, y no sé qué de unos cambios de paradigma a la hora de explicar qué era una nueva generación de consolas y qué no.

1-2-Switch es el mejor ejemplo de lo que significa la propia Switch. Un producto, más allá de su calidad final, cuanto menos fresco. Un nuevo eslabón de la cadena entre el videojuego y todo lo demás, una nueva dimensión lúdica en una forma de expresión que pide a gritos un jarro de agua fresca. Es ridículo que los mismos que hace dos meses lo flipaban por agitar un mando con unas gafas de realidad virtual, ahora se muestren tan cínicos por agitar un mando que supuestamente es capaz de decirte cuántos cubitos de hielo tienes en un vaso virtual. Las posibilidades nuevas, la potencialidad de ambas tecnologías es, cuanto menos, digna de tener en igual consideración.

Pero no. Esta prensa, la misma que ha espoleado a conciencia toda una oleada de desinformación sobre Switch con el único propósito de cultivar el clickbait, es la que siempre se muestra beligerante contra todo aquello que no conoce o que no le tiene en cuenta. La que pretende tapar sus vergüenzas y complejos creando una segunda división de la que mofarse. “Esto es arte, esto otro no. Y si esto es arte, ellos son artistas, y yo hablo sobre arte”. Mucho mejor que hablar sobre jueguecitos.

Lo peliagudo del asunto es que, afortunadamente, los jueguecitos siguen ahí. Siempre lo estarán. En lo más profundo. Y en este otro lado, el de la gente que mira sin complejos, donde se encuentra esta tribuna desde la que escribo, lo tenemos bastante claro. La dignidad y la valía del videojuego no la da el contexto ni el prestigio, y ni mucho menos te la quita el hecho de pertenecer a un género que se enorgullecerse de ser un juego. Cualquier análisis, valoración o crítica que pase esto por alto, lo siento, es un mal análisis, valoración o crítica.

Switch es una consola que lanza un guiño a la nostalgia, a lo diferente, a lo transgresor y a lo nuevo. Ya desde su presentación, el aroma que destilaba la nueva máquina de Nintendo era radicalmente diferente a lo que hay ahí fuera. Recordaba a una época en la que la creatividad era materia prima y venía casi exclusivamente desde Japón. Es una sobremesa que no compite por la tele, una portátil que no se pelea con el móvil. Juega a Skyrim en el baño, ordeña vacas virtuales en la barbacoa de los domingos. ¿Va a funcionar? Puede que sí, puede que no, pero es algo radicalmente original, así que, ¿a quién le importa? ¿A nadie le llama la atención que en su primer año de vida ya tenga anunciados más sandbox que los que ha tenido Wii U en toda su vida útil? ¿Significará esto que tanto The Legend of Zelda: Breath of the Wild como Xenoblade 2 o Super Mario Oddysey van a transformar su diseño conceptual para adaptarse a sesiones de juego equivalentes a lo que tarde tu perro en hacer caca? Hay mucho nuevo por explorar con esta consola. Para mí es emocionante. Y para ti, ser humano que está leyendo este texto escrito desde esta tribuna, seguramente también.

Es una pena que no lo sea así para Pepito. Él y los suyos seguirán sentando cátedra en su gigantesco terreno. Nosotros seguiremos explorando, descubriendo y disfrutando en nuestra pequeña parcela. Probablemente nunca lleguemos a entendernos. Probablemente a nadie le importe.

Opinión de Matías Lallave

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